jueves, 23 de abril de 2015

Ronpuá

No se podría decir que el lugar es feo. Para nada. Pero hay en él algo que expulsa. Es amplio, vidriado, luminoso. Está en una de las más hermosas esquinas de una de las más hermosas ciudades del mundo.
Es la gente que lo habita, tal vez, lo que repele. O, mejor, gran parte de esa gente. La que no lo habita, justamente. La que está allí por negocios o chanchullos. Esa gente que se cree dueña de un país y tiene todo el dinero para serlo.
Pero ese día, una luz especial alumbraba una mesa. Mientras alrededor políticos de los malos, economistas de los malos, y algunos que en mi barrio comúnmente llaman “garcas” hacían de las suyas, en esa mesa se firmaba un pacto. Y de ese pacto volaba poesía, nacían duendes epistolares, se abría un río de emociones. Los mozos y las mozas que atendían de pronto vieron sus bandejas cubiertas de buenas palabras, esas que conmueven. Y cómplices las fueron distribuyendo en las tazas de cafés que iban sirviendo. No sirvió de nada. Los garcas siguieron en sus chanchullos, mientras él y ella en esa mesa firmaban el contrato. Pocos, muy pocos, se dieron cuenta del rayito de luz que los iluminaba especialmente.
Ese lugar, que repele la mayoría de las veces, ese día invitó al brindis, al abrazo, al puente tendido hacia la maravilla.
 (Para Ture Salvatore , que me invitó a escribirlo. 22/04/2015)

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