viernes, 14 de noviembre de 2014

Quimera

Un lamento sufriente como el tic tac acompasado le llegó desde el otro lado de la puerta. Se asomó, entre curioso y asustado. La llanura era casi abstracta como vista en un sueño. La imponente silueta de una mulata recortaba el verde inmenso. Lloraba con un llanto niño y sonreía al mismo tiempo como quien recuerda una picardía. Enttró sin pedir permiso. Él escuchó la ternura de su sonrisa y olió el color de su pelo brillante. Ella lo miró atrevida y movió su cuello de pantera. Él no pudo resistirse. Lanzó al aire un suave gesto, impredecible como la humedad de su boca. Ella se dejó amar en un lenguaje intraducible como la música.
Cuando despertó, tras el marco de la puerta se balanceaba la luna en el horizonte. El sonido de la noche era lo único que podía oirse.
Buscó en cada incón con la suerte de un pájaro herido. Lloró de soledad y lamió una inútil, e ingenua, venganza contra la almohada humedecida.

(ejercicio de taller literario, con algunas imágenes del cuento El Fin, de J.L. Borges)

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