viernes, 4 de noviembre de 2011

DURÁN BARBA HIZO ESCUELA

Desde hace ya mucho se ha instalado en nuestra sociedad una especie de “todo vale” que mete miedo... Es como una especie de extrema desvirtuación de aquella vieja frase “el fin justifica los medios” (ya de por sí bastante polémica).
Un ejemplo claro de esto lo tenemos en los últimos accionares de Jaime Durán Barba. Hemos escuchado, leído y emitido grandes críticas a los lineamientos de su campaña política para la reelección del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El tipo usó plata, empleados, teléfonos y datos del gobierno de la Ciudad (o sea de todos) y se permitió inventar, calumniar, injuriar a sus adversarios sin que se le mueva un músculo de su dura cara.

Pero tengo la sensación de que esas “herramientas” (las de “Jaime”, como lo llama Macri) están demasiado al alcance de la mano y son demasiado tentadoras. Entonces nos encontramos con que los que están todo el tiempo hablando de supuestas indecencias, cometen las mismas que critican. Con que viven mirando y sospechando al otro, pero jamás se ponen a juzgar con la misma vara sus propias conductas. Y sin dudar, al grito de “ahora el poder lo tenemos nosotros”, se ponen a gastar plata que no les es propia; usan teléfonos que pagan otros; tapan impúdicamente a los héroes de nuestra historia con grandes banderas; publican, ostentan, inventan, injurian, difaman, calumnian... Me resulta inevitable preguntarme en qué momento empiezan a perderse los principios y empiezan a justificarse las acciones incorrectas… En qué momento se pasa de “poder generar” a “generar poder”… En qué momento se pueden “dejar las convicciones en la puerta” y en nombre de “un colectivo” adueñarse de lo que es de otros y usarlo como si fuera propio. En qué momento se confunde “gestión” con “propuesta”.

Recuerdo en este momento que Carlos Carella decía que la corrupción comienza cuando confundimos lo que es de todos con lo que es de uno… Sin embargo no es muy sutil ese límite.

Hace algunos años alguien recordó una canción que escuchaba su abuela: “en qué se mete la chica del 17, de dónde saca pa´tanto como destaca”. Cuando uno se pregunta esto, seguro que no hay una respuesta clara. O que, simplemente, no hay respuesta...

Son tiempos raros estos. En los que la palabra “política” nos seduce, nos atrae, nos devuelve esperanza... pero a la vez todavía está enredada con bajas ambiciones. Va a costar mucho construir todo lo destruido en tantos años de liberalismo extremo. Vamos a tener que recomponer eslabón por eslabón, poner ladrillo sobre ladrillo, de a uno, para que la palabra política vuelva a relacionarse con las palabras “amor”, “persona”, “mística”, sin que sucedan sonrisas irónicas o, en el mejor de los casos, desesperanzadas...

Sería bueno que comiencen a suceder contingencias políticas claras, limpias, transparentes, con igualdad de condiciones legales para los contrincantes. Pero por ahora parecen ganar las palabras de la autora Ana Istarú cuando dice: “quien dice política, ¿qué está diciendo? Y... seguro está diciendo: gritos, pelea, traición, componenda, corrupción, campaña de desprestigio...”. Al mejor estilo Durán Barba...

(4 de noviembre de 2011, a raíz de una campaña eleccionaria
por la conducción de la Asociación Argentina de Actores).

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